Mirando de frente
Nunca hasta ahora había acompañado a morir a alguien que, conocedor de la gravedad de su situación, la enfrentaba con tanto conocimiento y coraje.
Tenía miedo sí, pero éste no la hacia amedrentarse. Se encaró a la realidad que se avecinaba y se dispuso a preparar del mejor modo las cosas para el momento en que ella ya no estuviera entre nosotros físicamente.
Porque estar, estás.
En cuanto supiste que el final se acercaba inexorable, sentiste una necesidad enorme de transmitir a Sofia todo lo que como madre pensabas que debías haberle hecho saber.
Me doy permiso para contarlo, porque ayer tu propia hija lo dio.
Decidiste poner por escrito tu propio legado.
Algunos de los temas que abordaste fueron la fortaleza, el duelo, la amistad, el trabajo, la fe...
Un buen día, sin preámbulos, directa como tu eras, me espetaste: ¿Qué le dirías a tu hija si supieras que ibas a morir pronto? ¿Qué cosas todavía no sabe de ti ? ¿Qué vivencias puedes no haber compartido con ella?
Las preguntas resonaron muy fuerte. No supe reaccionar. Me sentí tan poca cosa a tu lado. Pequeña y torpe porque frente a la muerte todas la teorías se ponen a prueba. Yo "me sé" muchas cosas pero en aquel momento no tuve claro - si siquiera ahora- que fuera, soy y sea capaz de responder y enfrentarme como tú a la hora de la verdad.
Se me ocurrió comentarlo con mi hija Beatriz, adolescente como la tuya. Sabría ponerse mucho mejor que yo en los zapatos de una niña que pierde a su madre .
-Me gustaría saber cómo criar y educar a mi primer hijo y cómo organizar una casa. Me ayudaría que me dejaras también todas tus recetas -
Su claridad me pasmó. En su contestación, transparente y sencilla, me pedía ni más ni menos que le trasladara las claves de toda maternidad. Unas claves entorno a dos palabras: cuidado y acogida, las mismas que podrían resumir tu vida, Silvia.
Te encantaron sus respuestas y me sentí aliviada al haber podido salir airosa de semejante brete.
El mismo día de tu fallecimiento estuve a tu lado unos minutos. Fue un regalo. Mirabas de frente a la muerte como habías enfrentado también la vida. Ibas a prepararnos un sitio en el cielo, como sabías hacerlo en la tierra.
Rezamos juntas e incluso nos reímos.
Solo te preocupaban los tuyos.
Te conté acerca de las veces que he sentido la Providencia concreta y cercana en mi vida.
-Dios, misteriosamente, suple- se me ocurrió decirte.
Me interrumpiste para recoger esas palabras que escribías con fruición. Aprovechaste hasta el último instante para completar tu cuaderno.
Y te dije y te digo:
No te preocupes, querida Silvia, por tu legado. El libro a Sofia lleva mucho tiempo escrito. Es el libro de tu propia vida, testimonio de amor y entrega a los demás. Un libro ya encarnado en tu hija.
Gracias, querida amiga, por haberme dejado acompañarte tan de cerca.
Te dejo una canción, que sé que te encanta: El corazón partío.
No te olvides de cuidarnos.
Es lo que más te gustaba y mejor sabías hacer. Necesitamos de tus tiritas
Gracias Angelita por darnos a conocer sus últimos días y su ejemplo de vida.
ResponderEliminarCon Silvia compartimos muy buenos momentos en la facultad y en nuestras vacaciones de juventud en Menorca.
Me quedo con tu eterna sonrisa querida Silvia.
Dicha la tuya de haberla tratado durante tanto tiempo. Nuestra amistad se fraguó sobre todo al final. Me ha sabido a muy poco. Un abrazo.
EliminarSin palabras Angelita. Qué grande es Silvia, la puerta del cielo se le habrá quedado pequeña. Qué cierto que Dios quiere cerca a los mejores.
ResponderEliminarLas palabras se quedan cortas. Muy cortas. Soy feliz de tener una amiga como ella ya en el cielo
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