Viajando al país de nunca jamás

 

Vuelvo a los inicios de esta aventura telemática y contesto a la Contra de la Vanguardia, como lo hice en el primer artículo de este blog. 

En este caso es Sion Serra, varón, quien cuenta, en el espacio de la contraportada y en el libro que acaba de publicar, haber hecho una doble transición de género del femenino al súper masculino. Y lo hace afirmando, de forma categórica, que quien pueda cuestionarse ese viaje, está robándole, "secuestrando", su identidad. "Que nadie diga quién has de ser". 

Esos titulares rotundos y redondos pueden llegar a hacerte replantear lo más evidente. Tras un primer momento de duda, empiezo a preguntarme

 ¿Cuál ha sido el objetivo ultimo de Sion? ¿Probar? ¿Acercarse al mundo femenino? ¿Para eso ha de transicionar? 

El entrevistado exige, además, que se respete su camino de exploración identitaria. Por supuesto es así pero pido respeto recíproco por opiniones, como la mía, convencidas de que se trata de un recorrido que no acaba jamás, precisamente porque avanza hacia el deseo, nunca cumplido, de convertirte en otra persona. Un trayecto que, de todas todas, va a truncarse, porque la realidad es muy tozuda y no puedes acallarla a tu antojo, por más progesterona y estrógenos que ingieras. Permítame decirle, Sr Serra, que ha invertido vida, recursos y años en un viaje al país de nunca jamás dejándose llevar por la campanilla caprichosa de su deseo, haciéndole creer como a Peter Pan, que es posible volar porque la ley física de la gravedad no obliga.

Yo también tengo anhelos y quisiera ser sirena pero me toca ser mujer. Desearía medir1,80, tener cintura de avispa pero no hay forma de alcanzar los 20 cms de distancia entre mi proyección y mis medidas. Me encantaría tener 30 años pero avanzo por la senda de los 50, me guste o no me guste. Soy hija de Luis y Fina, nacida en Barcelona, cuando igual, lo que me molaría, es ser francesa, descendiente de Luis XVI o de Madame Curie. 

Siguiendo con la linea argumental del protagonista, debería además poder exigir que los demás- sobre todo los progenitores-  me acompañaran en esa búsqueda de lo que quiero ser y en qué quiero convertirme. Que me apoyaran sin fisuras. Si alguien contraviniera mi voluntad - inflamada de deseos inalcanzables- debería impedírselo, por  intolerante y retrogrado, al no acogerme en la angustia vital de no aceptarme, ni permitirme cambiar mi sexo. 

La realidad puede acomodarse, ajustarse en sus extremos y mejorarlos pero sin negar lo patente. La biología y el ADN son irreductibles. Siempre, siempre- escondido, agazapado -se mantendrá un sustrato que es tu yo más íntimo (y el adn de cada una de tus células) que te recuerda quién eres. 

Una identidad que reconoció (con certeza y sin complicación alguna en el mismo momento de nacer) quien te trajo y presentó al mundo cuando dijo: 

-"¡Es un niño!, es una niña!". 

No era una etiqueta. Era una obviedad.








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