Caricias y heridas saladas (Carta a Graça Machel)

Comentario a una entrevista a Graça Machel, líder africana por los derechos de los niños y la capacitación de las mujeres. Puedes leer la entrevista aquí

No me atrevo a rechistar. Sin quererlo, infunden respeto. Este es el aura que rodea a los verdaderos valientes. A aquellos que no tienen respuestas prefabricadas. A los que se aventuran a avanzar por la senda de la reflexión personal cuando,ante el misterio del dolor y la injusticia extrema ,tales respuestas no son suficientes.Transitan por ella y esa experiencia oscura los transforma en haces de luz que iluminan la existencia de los que los contemplan.

Su paso por el dolor y el sufrimiento ha sido tan intenso, que sólo cabe guardar silencio. Un silencio respetuoso, un silencio reverencial. Un silencio en ocasiones torpe; no se sabe qué decir. Estamos ante alguien que mira de frente, que continúa, que sonríe a pesar de los pesares. Alguien que ante una pregunta hiriente por insensible, responde con la humildad del que dice no ser capaz de contestar. Del que reconoce no estar preparado para llegar hasta el fondo . No es un teórico al que le cuadran las cosas. Reconoce la limitación de la comprensión total de los acontecimientos y acepta el misterio.

Su problema con Dios pivota en el dolor. Dónde está su mano, en este mundo demasiadas veces enloquecido por la brutalidad y la ambición desmedida. La entiendo. Sin embargo creo que sólo de Dios puede proceder la grandeza de una guerrillera de alma tierna que, después de haber contemplado tantos horrores, mira a sus nietos y dice que son preciosos.

La reciedumbre de quien, a pesar de haber vivido el zarpazo del sinsentido de la violencia ignorante, lucha por el hombre del futuro y cuya causa es "la sonrisa de un niño". La sabiduría de concluir que la deriva de los pueblos cambia según se viva el calor familiar en la casa. La vida de Graça Machel está anclada en una infancia llena de calor. No hay duda que esa bendición le ha acompañado durante su dramática travesía. La clave está en las caricias que de algún modo han podido más que la muerte, escociendo pero cauterizando, como la sal en las heridas. Entre ella y yo distan los años y experiencias no comparables . En común, ese calor familiar, ese amor a los niños y ese optimismo por un mundo mejor, si en nuestras casas los nuestros se saben queridos y afortunados.

A mis hijos procuro recordarles a menudo que los que sufren, que están solos, que pasan hambre, tienen los mismos derechos que ellos, sólo que han tenido peor suerte!!!. Y procuro decirles también muchas veces: no , precisamente porque los quiero. Porque la única violencia positiva es la que se establece con uno mismo. El resto de abusos sólo llevan a la desgracia y la infelicidad. Eso sí, no me cansaré de mirarlos y decirles mil y una vez cómo los quiero y cubrirlos de besos. Ojalá, con los años, sean personas gigantes como Ud.

La música que me ha acompañado en este post: "Los niños del coro"


Comentarios

Entradas populares