Bitxori y la dama de Elche


Mi amiga MªVictoria es una señora de San Sebastián elegante, dotada de un gran sentido del humor, culta e inteligente. Dice que la Providencia le ha proporcionado una segunda residencia que frecuenta con una regularidad superior a lo deseable.
Como las grandes villas guipuzcuanas tiene nombre propio: El Hospital Clínico de Barcelona. Villaroel 170 para más datos.

Bitxori –así es como se hace llamar en confianza- sufre una insuficiencia renal severa que lleva con una ligereza que sólo las personas de peso saben llevar. Está transplantada y habla de su donante como si de una hija se tratara. En sus encomiendas diarias siempre hay un recuerdo para ella y sus familiares  que tuvieron a bien el regalar, a estos particulares mendigantes, el respiro necesario para, prácticamente, volver a la vida.

A lo que iba. La última estancia de mi amiga en cuestión en su “chalet de la capital catalana”, la disfrutó en la planta de infecciosos. Por extraño que parezca, compartía habitación con Silvia, una joven enferma de sida, con chispazos de metástasis en distintas zonas de su organismo. A Silvia el mundo de la droga la había llevado a acabar sus días metida en esa  peculiar ubicación.

Entre ellas sólo una exigua cortinilla. Compartían cuarto de baño y Bitxori empezó a acostumbrarse a entrar en el mismo, esquivando la colada de  prendas íntimas de la “chica de al lado” tendidas rodeando el hueco de la ducha.

El contraste era asombroso. "Señora de San Sebastián, de apellidos ilustres , envuelta en  mañanita de mohair anudada con lazo de raso" y "drogadicta de Barcelona, de nombre común, novio en la cárcel ,ataviada cual Dama de Elche con dos trenzas enroscadas y chanclas por zapatillas "

El día en que el médico comunicó a Silvia su veredicto final, ésta se desmoronó.

Fue entonces cuando con un gesto de valentía , Bitxori , se atrevió a descorrer este telón, mezcla de poliéster y acero, que dividía dos mundos tan lejanos y se interesó por ella. Comenzó una conversación entre dos mujeres postradas que iban descubriéndose con el paso de los días.
Tratando de aliviar de algún modo aquel dolor y aquel miedo ante lo que se le avecinaba, Bitxori le ofreció entonces algo del paquete de 200 grs. de jamón de york , envasado al vacío, procedente de la mejor charcutería de la zona. Silvia se conmovió. A partir de aquel momento las mejores atenciones iban a estar dirigidas hacia a su compañera de fatigas.

Cada noche la princesa etrusca lograba escapar de la vigilancia y se fumaba un "peta". Al regresar de la aventura ,  depositaba puntualmente tres salvaslips  junto a la cama de su nueva amiga. Cuidadosamente.Colocados con pulcritud. Era la mejor correspondencia que se le ocurría.
Ingenuidad, ternura. Un trueque de agradecimiento por atención y algunas palabras de afecto.

Hablaban de sus vidas, compartían historias. Se hacían mutua compañía. Silvia aconsejaba a Bitxori que escondiera el despertador y la radio dentro del armario-“¡qué hay mucho mangante en estos pasillos!”. Ella, con obediencia prudente, seguía instrucciones. Eso sí, la llave nunca estaba en el paño. Dormía bajo la cabeza de MªVictoria. Por si las moscas…

Otro día Silvia determinó que, su acompañante del espacio vital al uso, necesitaba una sesión de maquillaje. Con arrestos situó a la protagonista de tal surrealista decisión  en el único sillón de que disponían. Entonces sacó de su neceser todo tipo de potingues, rímeles y coloretes y se dispuso a trabajar. Bitxori, entre la espada y la pared o más bien acorralada ante una barra de labios de una enferma de la planta de infecciosos , y al mismo tiempo con imposibilidad física de negarse a la proposición, decidió rendirse y dejar hacer. En realidad, se dejaba querer, aun a sabiendas que hay amores que matan. Bitxori había estado tantas veces cerca de la muerte que relativizó las posibles consecuencias de todo aquello.

Otra conversación se había iniciado. Ahora era una conversación de gestos, de detalles de cariño que sólo entre personas es posible entablar.Y esa conversación se mantiene, sobre todo, en el marco de un dolor compartido, aunque sólo sea por casualidad. Ese espacio íntimo nos hace más cercanos . Más hombres o más mujeres. En todo caso, más.

A veces el sufrimiento nos permite ver de otro modo a alguien y nos lleva a admirarnos ante la grandeza de un corazón humano que sabe compadecerse, acompañar y sobreponerse al dolor propio por aliviar el ajeno. Y esa conmoción interior hace posibles profundos encuentros que, de otro modo, hubieran sido imposibles.

Bitxori, como una partera con la ropa de la primera puesta, tiene la maleta dispuesta desde que el mismo día en el que sale de su encierro mensual o trimestral, según vaya la temporada. Eso sí, cuando compra jamón de York, se acuerda de que debe incluir en su lista de oraciones a otra alma grande.

Silvia hizo sus maletas definitivas pocos días más tarde. Le precedían, en su camino hacia la eternidad, los mimos torpes y redentores, que había podido dedicar a alguien que se había tomado la molestia de interesarse por ella. Se marchó acompañada por el cariño de una señora de San Sebastián que se compadeció, la quiso y le ayudó en el trance más difícil. Estoy segura de que precisamente por ella, le mereció la pena haber pasado sus últimas horas en Villaroel 170.
La música que me ha acompañado en este post: "Aquellas pequeñas cosas" de Ketama


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