¡A la cruzada!




Estoy convencida que no soy la única a la que la realidad que nos envuelve, le abruma. Parece que el mal no descansa.
¿Hay modo alguno de frenar la sinrazón terrorista?
Hoy es Londres; mañana ¿dónde se situará el titular?
Cada día irrumpen  inenarrables escenas esperpénticas de atentados, guerras,vejaciones.

Y por contradictorio que resulte, parece que estamos llegando al umbral de un resignado acostumbramiento.
Son situaciones tan fuera de nuestro alcance, imprevisibles e inabarcables, que desaniman a intentar cambiar las cosas.
Si a esto sumamos la atmósfera de peligrosa crispación social en nuestras ciudades, parlamentos, comunidades e incluso familias, el camino hacia la paz se complica peligrosamente. 

Nos rodean lobos con aspecto de corderos, malos que son los buenos y buenos que son los malos, protestas con puño en alto y indignas provocaciones gratuitas. En definitiva, resulta cada vez más difícil lograr una convivencia pacifica esencial para el crecimiento de las personas y los pueblos.

Y para mí que sólo caben dos opciones: 
Seguir llorando nuestros muertos y  lamentándonos de la deriva de los acontecimientos.
O la otra: contrarrestar esta ola de violencia, fanatismo, banalidad, intolerancia, despotismo, demagogia, desfachatez y por encima de todo de falta de respeto por la vida y la dignidad del hombre, con una cruzada de bien, de verdad, de cordialidad y de trabajo llevada a cabo por personas cabales. Personas buenas pero no imbéciles. 

No es una cuestión de gritar más o de devolver la violencia con armas de destrucción masiva. Ahogaremos el mal con abundancia de bien...

Vivamos una cruzada de respeto al otro: Una cultura propositiva. Cultura de la vida antagónica con la cultura de la muerte en todas sus manifestaciones.
Serán pequeñas gotas en el océano pero sabemos que el bien es contagioso...
El mal no será capaz de doblegarme si estoy preparado para responderle con la fuerza de la razón -y de la ley justa aplicada en toda su extensión-  y el desconcierto de la amabilidad. Puedo estar diciendo un no rotundo con exquisito respeto.
En mi casa, en mi país, las tradiciones se respetan. Igual haré cuando me acerque a la tuya.
Ante el insulto y los atropellos: silencio y acción. Ni media concesión. 
Establezcamos límites inamovibles y justos, compatibles con  una siembra de cordialidad allí donde estemos.   
Sólo una revolución de bien y verdad en el corazón de las personas hará posible la paz.
Y si no llego a verla, prefiero vivir y morir de esta manera.












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