Morir Viviendo


Desde la profunda preocupación que produce contemplar la deriva de nuestra sociedad, fría y triste, que ahora pretende normalizar el derecho a acabar con la propia vida, me formulo la siguiente pregunta: ¿Quién entre nosotros desea la muerte?
Intento ponerme en la piel de los que se levantan en lucha por ese supuesto derecho a morir, de los que no entienden otra salida y pienso que, probablemente en su caso, el peso de los días se les ha hecho insoportable. 
Pero si indago un poco más me digo: ¿a quién se le hace difícil seguir, al enfermo o a quien lo acompaña?
Si a quien sufre le transmito que lo que hace, lo que dice, lo que es, no tiene valor suficiente para mi, si -abierta o veladamente- considero que su vida es una pérdida y una desdicha, si percibo su limitación como una carga, la dificultad un obstáculo para su realización y sus cuidados gastos innecesarios para todos, es más que probable que el que pasa por ese trance se resienta y haga suyo tal discurso.

Cuando a algunos politicos se les llena la boca hablando de muerte digna- siempre, por cierto, deseándosela a otros-, les contestaría apelando al derecho a la vida digna. Ese es el que verdaderamente hay que proteger con leyes adecuadas y sostener con recursos suficientes. Una vida digna, que no es lo mismo que una vida fácil, cómoda o carente de dificultad.

Cualquier familia que pretenda apartar el sufrimiento a toda costa, además de fracasar -la convivencia con el dolor y las renuncias viene entre las "instrucciones de uso" del ser humano- será una familia constantemente insatisfecha, desgraciada en su objetivo.

Cualquier comunidad social que arrincone a sus mayores, a los débiles y enfermos camina hacia el abismo. 
Un estilo de pensamiento en el que la plenitud de  fuerzas  y facultades sea el criterio para decidir continuar existiendo es un completo contrasentido, cuando la condición humana es, por definición, dependiente y vulnerable.

Y es que, si lo pensamos un poco, vivir es aprender a despedirse.
¿Qué situación personal hay en el tiempo presente en la que no asomen las sombras, pérdidas y fracasos?¿Qué instante, qué éxito, qué cualidad, qué habilidad podemos conservar para siempre?


Los que vivimos de cerca la realidad de la total dependencia de nuestros seres queridos sabemos que tal circunstancia es una ocasión de crecimiento personal insospechado.
Agrandamos una capacidad de querer por encima de equilibrios y de reciprocidades. Sacamos de la chistera la farmacopea afectiva completa para hacerles saber que son queridos por quienes son no por cómo están, estén como estén. Ellos no nos pueden compensar y aun así seguimos a su lado. Esa lealtad, esa actitud agradecida y de justicia nos eleva muy por encima de nuestra pequeñez. Somos capaces de querer desinteresadamente, sin cálculos. Simplemente correspondemos.  

Pero quiero dejar clara una cosa antes de concluir: No a la eutanasia pero SI a los cuidados y SI a evitar todo dolor evitable.  Tal es el propósito de la medicina paliativa. Hacer del final una despedida serena, acorde a la dignidad del enfermo, con la atención y medicación que sea precisa.
Morir viviendo. De eso Sí soy completamente partidaria.

Por si a alguno le quedara alguna duda argumentativa, os dejo esta regalo. Un dardo directo al corazón... maravilloso.





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