Vivir o sobrevivir




La incertidumbre planea como esas nubes amenazantes que regruesan y no sabemos si acabarán o no descargando sobre nosotros. 

Mientras eso ocurre tendremos que elegir entre algo tan radical como vivir o sobrevivir.  
Esa disyuntiva tiene que ver con el modo de relacionarnos unos y otros.
Una "nueva normalidad" de rostros desdibujados tras mascarillas  y distancias plásticas  que nos plantea dónde queremos situarnos y hasta cuándo, hasta qué punto queremos vivir así. ¿Podemos existir sin proximidad, sin afecto ni abrazos? 

En realidad, la cuestión  de fondo que aparece en esta encrucijada sociológica es: ¿preferimos que nos mate un germen o la soledad? Según respondamos acabaremos encerrados en una paranoia que nos aparte de lo que nos hace ser lo que esencialmente somos: seres de encuentro, necesitados de los demás.
Lo que hay  tras la pregunta es la cuestión más profunda y apremiante del corazón humano: el posicionamiento que adquiramos ante nuestra evidente condición mortal.
Si vivo pensando que sólo es cierto lo que puedo ver y tocar,  he de aferrarme a ello. Si nacemos para morir,  tendré que evitar todo riesgo de perdida de esta realidad única de mi presente  Desde este punto de vista, es comprensible que alguien mire con rechazo a quien pueda transmitir este virus maldito y arrancar su bien más preciado. Puede pasarte - como así ha sido- que un desconocido te espete, sin piedad, cuando descuidas de algún modo la correcta colocación de la mascarilla un - "Mierda! Ponte  bien la mascarilla!!!"-. (En este sentido- y no se trata  de proselitismo de la causa religiosa- el  sentido trascendente de nuestros pasos aquí en la tierra facilita incluso el día a día más prosaico).
Lo cierto es que, si lo pensamos bien, no hay precaución alguna que nos preserve de tal condición mortal. Esa que queremos obviar y que creemos defender por el hecho de protegernos.
Bien es verdad que la vida y la salud son bienes valiosísimos, un tiempo maravilloso disponible para  aprovecharlo lo más plenamente posible pero también lo es el hecho de que  vivir con esa obsesión por la seguridad sanitaria es un error, pues ésta puede acabar matando lo más hermoso y el sentido de nuestra existencias: el encuentro con los demás.
Somos cuerpo y espíritu, una unidad. Este virus ha llegado para recordárnoslo. El hombre tecnológico creía que la realidad virtual y sus filtros nos salvarían, mejorarían lo hasta ahora visto, sugiriendo -veladamente- que tal vez no fuera necesario encontrarnos frente a frente, con nuestra burda corporeidad. Basta salir cada día a las 20.00 a las calles de nuestras ciudades a comprobar lo ansiado de nuestros reencuentros con los vecinos y amigos y la necesidad de arrancarnos ese tapaboca para ver la completa belleza de los rostros, imperfectos pero reales, que sonríen y nos acogen. Así sencillamente.

Necesitamos urgentemente recuperar un equilibrio. Si los mencionados encuentros son pobres, insuficientes, impostados, nuestro ser más profundo se resentirá y moriremos de pena. Y es una lástima desperdiciar la vida así.
A todos nos ha interpelado la pregunta ¿ prefiero vivir  o sobrevivir? Todos los protocolos que estamos asumiendo son simplemente para tratar de evitar la posibilidad de morirnos antes de lo previsto pero si para ello debemos dejarnos la vida ¿merece la pena?
Os dejo con una pregunta y una canción rescatada del baúl ochentero.
"Hay que vivir" Juan Baptista Humet.. Una joya antigua que vale la pena escuchar un par de veces, como poco.




Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo Angelita! Pienso en mi abuela, en mis padres... en algunos aspectos, están sobreviviendo.

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