Surfear la segunda ola


Hoy comparto con vosotros algunas ideas que me asaltan en estos días de tanta incertidumbre global, económica y sanitaria.
No queda otra que surfear la ola que nos toca enfrentar. Una ola que, en realidad, no es distinta a otras muchas ya superadas. De hecho, nada ha cambiado; sólo el hecho de que ahora vivimos de modo mucho más consciente nuestra vulnerabilidad.
En mi opinión, se trata de una gran oportunidad para cambiar nuestra perspectiva. Mirábamos la realidad desde la posición equivocada. Creyendo que teníamos el control de nuestros pasos y destinos; hemos comprobado todos, absolutamente todos, que eso no es así.

La imprevisibilidad se ha hecho especialmente presente y lo que hoy vale, mañana ya no tiene sentido alguno.
Antes de la pandemia nos encantaba programar.
Ahora también nos sigue gustando pero admitimos que nuestros planes pueden cambiar y nada podemos hacer al respecto. Nos ha obligado a adquirir más flexibilidad, más cintura. A hacer ejercicios de revisar lo ya  revisado. A reformular constantemente las soluciones, a aceptar que las cosas necesitaran tiempo para reenforcarse y asimilar que, incluso así, puede que toque volver a empezar. A rebajar las expectativas y acoger con agradecimiento los momentos en los que parece recuperamos la seguridad perdida.Pero ¿es que tal seguridad la hemos tenido verdaderamente algún vez?
¿Quién podría garantizarnos un solo instante de nuestra existencia?

La posición del hombre en la tierra es por naturaleza incierta: la muerte puede alcanzarnos en el momento más inesperado. Nuestra condición mortal se ha puesto especialmente de relieve tras la COVID y ha zarandeado a un estilo de pensamiento, del que bebíamos todos, que pretendía hacernos creer que podíamos navegar impasibles cualquier océano futuro, apoyados sobre los todopoderosos avances científicos y tecnológicos, salvaguardados de la posibilidad de naufragio. 

Esta tsunami nos ha recordado que somos seres finitos. Ni siquiera, cuando hayamos obtenido la vacuna y hayamos doblegado definitivamente la maldita curva, podemos olvidar este "pequeño detalle".

Desde aquí no estoy animando a vivir irresponsablemente. Se trata simplemente de hacerlo asumiendo con plena conciencia quiénes y lo qué somos, disfrutando de la dicha a la que hemos sido convocados; sabiendo que vivir es, por definición, exponerse a morir; pero vivir al fin y a cabo.

Que nadie baje los brazos. El temporal no ha terminado. Tampoco los momentos de calma chicha de los que podamos disfrutar. No nos engañemos: no vamos a dejar de surfear y capear oleajes mientras sigamos sumando días al calendario. Así son las cosas por aquí.

Esta es la canción que me ronda mientras os escribo.
Ahora sí que sí, toca vivir y ser feliz.


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