Más allá de las apariencias

 

Es imposible no conmoverse ante un gesto de humanidad.

Nos ocurre a todos, estoy segura, cada vez que vemos a alguien atendiendo con cariño a un anciano, a un enfermo que no se vale por si mismo. Boquiabiertos contemplamos como se dirigen a ellos llamándolos por su nombre, tomándoselos en serio, profiriéndoles besos, caricias, echándoles piropos. Les siguen el cuento - ¡o se lo cuentan!- y se ríen con ellos. Sus ojos cuidan, acompañan y descubren lo valioso más allá de las apariencias. Esas apariencias- hechas de fragilidades, limites y pérdida- que nuestra cultura trata de perder de vista. Una propuesta individualista que seduce, envuelve y adormece nuestras conciencias y la capacidad, genuinamente humana, para proyectarnos hacia los demás prescindiendo de nuestra seguridad y bienestar.

Estamos en un momento en el que las personas capaces de salir de sus propios intereses para abrazar las necesidades de los otros nos parecen extraordinarias. Y en verdad lo son.

En cualquier hospital o residencia, se puede comprobar que hay más de las que pensamos; de hecho parecen salir de todas partes. Basta pasarse, por ejemplo, un domingo por la tarde por su cafetería medio vacía. En alguna mesa suelta, sueles encontrar a algún acompañante saboreando un café malo de máquina o una horchata en tetra brik y sumergido, por un momento, en la soledad y en la nostalgia de tiempos mejores. Al poco, si observas con atención, sacude su pena, se pone la sonrisa y sale de nuevo dispuesto a dar la batalla por otro que puede que ni siquiera sea consciente de que ese alguien lucha a su lado.

Toda historia épica se nutre de hazañas de hombres y mujeres, llenos de debilidades y miedos, que han sabido superarlos por amor a los demás.  

Y son quienes hacen creíble y posible un mundo más tierno y compasivo donde lo frágil y lo vulnerable es protegido y amado hasta el final.  El amor los convierte en oteadores de una dignidad escondida bajo esa pobreza corporal, una dignidad inmensa latente en un organismo quebrado.

Ese ejercito de acompañantes de edades, condición y procedencias de lo más diversas, ven más allá de las apariencias, a quienes fueron y son sus padres, hijos, sus hermanos, sus amigos, sus conciudadanos y les demuestran gratitud y respeto con su cercanía y desvelos. Ahí están y ahí siguen, sin excusas ni peros. 

Son guardianes, heraldos y testimonios vivos de una humanidad que maravilla y esperanza.


Os dejo con esta canción "Smile". Una versión que encaja muy bien con lo que os vengo contado!

Héroes anónimos que han dado su vida por otras muchas en pequeñas y grandes gestas cotidianas cargadas de compromiso y fidelidad diaria.

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