No tengo tiempo para tener prisa


Ahora que soy Coach, me vengo arriba con todo lo relativo al desarrollo personal.
Hace pocos días asistí a la conferencia de Gustavo Piera acerca de la gestión del tiempo.
Con razón decía que el tiempo es vida y que depende de nosotros determinar a qué asuntos/personas entregamos el nuestro.
Buen punto, sin  duda.
Hablaba del nuevo perfil de profesionales que las empresas y la realidad demandan. Personas habituadas al cambio constante, con cintura suficiente como para encajar sin apenas inmutarse, la novedad y la obsolescencia que toda innovación conlleva.
Los presentes, contagiados por la energía y el entusiasmo del conferenciante, sentíamos el ansia por soltar esquemas, salir de nuestra zona de confort y retarnos al cambio.
Es ese momento y desde un rincón, una voz joven se atrevió discrepar
- Todo esto está muy bien. Sin embargo, en la vida existen situaciones y realidades en las que lo permanente y lo conocido es deseable y necesario-
Touchée!
El speech adquirió entonces un sentido de urgencia menor (o matizable, cuanto menos) y a mi me hizo pensar.
La persona es un ser que aspira a esa permanencia porque su vida es, radicalmente, insegura. En la búsqueda de soluciones más pragmáticas siempre subyace de fondo el afán de resolver - de un vez por todas- una problemática. Esa necesidad de seguridad es un anhelo que no podemos ignorar. Es parte de nuestra frágil condición.
Y es precisamente, en un mundo plagado de incertidumbres, cuando se requieren más que nunca hombres y mujeres que, con unas pocas convicciones, sorteen los vaivenes constantes del entorno actual.
Personas que no renuncien a lo positivo de la tradición. Que entiendan que caminan sobre hombros de gigantes que les han precedido y les han traído hasta aquí.
Que asuman que la novedad es necesaria siempre que sume, no necesariamente por el hecho de darse.
Que sepan que ser feliz con lo que uno tiene es una fuente inmensa de gozo y paz. Que la ansiedad por lo que que tienen que venir y la ceguera ante lo valioso que tengo en mi realidad más cotidiana es una enfermedad que acaba con todo sueño de felicidad posible en esta tierra.
Personas que no olviden que hay cosas  -seas quien seas, seas como seas, vengas de donde vengas- que siempre nos harán felices y que más vale no las perdamos de vista para dedicarles el hueco que merecen en la agenda.
No hay avance que supla o mejore el disfrute de un abrazo añorado, la contemplación del horizonte, el descanso en el silencio, calentarse frente a un fuego, la belleza de algo perfecto, una melodía oportuna, un plato delicioso, bailar, leer poesía, reírse a carcajadas, agradecer la comprensión de un amigo y acoger sin miedo el amor incondicional a tu persona desnuda. Ese tipo de requerimientos humanos ( y tantos otros!) traspasan los años; no hay progreso ni urgencia que los acalle.
No tenemos tiempo para tener prisa para lo verdaderamente importante.
Podemos crecer, desarrollar nuestra mejor versión. Aun así no pretendamos abarcar la vida toda. Ésta no es programable. El hombre tecnológico puede resultar pueril en sus pretensiones, si intenta someter la realidad a su control para alcanzar la paz. Hay  muchas cosas que se le escapan. No siempre estará a la altura y a la última y - por más que google le asista- no siempre va a saber y  a tenerlo todo. Simplemente recordando a diario nuestra vulnerabilidad y que no nos bastamos a nosotros mismos, estaremos más cerca de la plenitud que el hombre actual y el de siempre, busca.
En definitiva, cuidar lo que uno tiene y saber a qué sabe la vida es el secreto de una existencia exitosa y -sobre todo- feliz.



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