Suspenso general
Últimamente se ha planteado el debate acerca de la necesidad de recuperar la autoridad en las aulas y para ello algunos proponen una vuelta a la tarima.
No creo yo que poniendo al profesorado más alto –subiéndolo a tacones o zancos- la cosa vaya a ir por otros derroteros.
Esta cuestión de altura la veo justamente al revés. En la mayoría de los casos se trata ,más bien, de bajar los humos a unos cuantos alumnos insolentes que no saben aceptar las reglas del juego en el que están metidos .
Aunque, por contradictorio que suene, estos pequeños tiranos consentidos tienen poca culpa en el asunto. Los responsables últimos de la falta de autoridad de los maestros somos los padres.
En muchos hogares se han criado personas insatisfechas que no han aprendido en casa, en el colegio , en la cancha de fútbol o,simplemente, más allá de sus narices, que hay quien manda más que ellos.
Además hemos valorado muy poco la figura del profesor. No hemos reconocido la dignidad mayúscula del servicio que prestan en la sociedad. Ellos son quienes verdaderamente preparan a los más jóvenes para adentrarse en la ruta del aprendizaje desde una posición siempre mejor que la suya propia.
Y además todo esto lo hacen cobrando muy por debajo de que sería razonable en una cultura que se dice avanzada. No es una profesión considerada como se debiera. Son los maestros los que se ocupan de formar las cabezas de las generaciones de las que dependerá el progreso del país.
Tampoco hemos entendido -y no lo hemos hecho entender a los nuestros- que el ejercicio de cualquier tipo de autoridad (familiar , escolar o social) implica establecer unas normas de funcionamiento y velar porque estas se cumplan. Los límites son necesarios para hacer posible y feliz la convivencia entre dos o más.
Si continuamente justificamos a nuestros hijos, haya o no motivos, no les permitimos crecer del único modo válido que existe para madurar : asumiendo las consecuencias directas o indirectas de las decisiones que hayan tomado. Desacreditando a quien ejerce labores educativas, no hay posibilidad alguna de éxito. Un castigo a tiempo, proporcionado y adecuado a la edad (en definitiva, justo), ayuda a entender, a quien lo sufre, hasta dónde llegan sus prerrogativas y las de los demás .
No hagamos casuística inútil. Si ante una sanción razonada y razonable de un maestro, el "padre de la criaturita" reacciona cogiendo de la solapa al profesor y aquí nadie dice ni “mu”, el futuro de un país - reconozcámoslo- está al borde del suspenso general.
La música que me ha acompañado en este post: ""Respect" de Aretha Franklin
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