Desmemoriados


Tengo en la estantería un número elevadísimo de libros referidos a educación, comunicación padres e hijos y familia. Muchos de nosotros sabemos que necesitamos formarnos para poder ejercer nuestro papel de padres de un modo excelente. Buscamos aproximarnos a ellos. Nos esforzamos en mejorar tanto nuestra asertividad y habilidades dialécticas, como la agilidad informática, la transcripción de nomenclaturas y terminología de los sms, el manejo de la consola. Por citar unas pocas….
C.S. Lewis decía que lo que envidiaba de los jóvenes era su estómago, no su corazón.
Y es que, a veces, podemos olvidar que son los hijos los que, sobre todo, tienen que aprender.
Nosotros, por el mero hecho de ser padres, estamos dotados de una capacidad de entregarnos, que ellos ni siquiera sospechan pueda existir.
Estamos dispuestos a dar la vida y a bregar lo que sea necesario para sacarlos adelante.
Nuestro corazón está mucho más preparado: ha sufrido más, ha aprendido más, ha querido más … Esa es nuestra licenciatura particular: la incomprensible e incondicional capacidad de amar como padre y como madre.
Y eso es lo que verdaderamente necesitan. Nuestra guía en el saber mirar , en el saber aceptar, en comprender , en el servir para servir .
Lo demás es tan solo una cuestión de destreza, que se adquiere con unas horas frente a un teclado y la sencillez de admitir que ellos van mucho más deprisa. Nada más.
No nos acomplejemos. Somos los más cualificados para ejercer la autoridad sobre ellos.
Además de amarlos y acogerlos, saben que su propia existencia se ha vinculado a la nuestra. Son acreedores, como los somos nosotros respecto a nuestros padres, de una deuda impagable que jamás podrán devolver. ¡Qué no se les olvide! ¡Qué no se nos olvide!.

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