Ma-má




Todavía recuerdo la primera vez que oí decírmelo.
Un singular" abracadabra", estremecedor y realizante.
Sólo los niños lo saben pronunciar con el tono necesario para obrar el sortilegio.
Ese par de monosílabos mágicos te convierten, instantáneamente, en mujer rendida a las necesidades básicas de un pequeño ser que sólo se conforma con tus caricias. Y tal dependencia nos hace sentir tan únicas!. Por fin alguien verdaderamente celoso de mis abrazos.
Su mirada inocente descubre y destapa nuestro verdadero ser - a nosotras y al mundo -. Esos ojos transparentes saben ver quiénes somos en realidad. (sin necesidad de curriculums, tintes o rimel de pestañas). Y es que en la sencillez de lo cotidiano desplegamos toda la magia maternal, mostrando nuestra verdadera identidad. Es en esta "performance" casera donde nos necesitan y nos esperan.
Poco -más bien nada- se nos pone por delante.
Siempre nos habían dado asco los restos pestilentes de lo que fuera y cuando ha tocado hemos limpiado "caquitas ", diría yo, -casi- con gusto. De hecho –y por prosaico que suene!!- más de una vez hemos jaleado la evacuación.
Nos tomamos en serio sus caídas y aplicamos los primeros auxilios con profesionalidad fingida pero muy tranquilizadora.
Nos ven capaces de conseguir cualquier cosa y su convencimiento, misteriosamente, nos capacita.

Soy yo en función de ti y en tanto tú existes.
Mis pasos en esta tierra tienen un peso distinto desde que mi nombre propio se fundió y confundió en esas dos sílabas inimitables. Nada más amable y nada más hermoso que ese dulce llamamiento.

Si hemos dejado calar en nuestra alma el eco de su sonido mezclado con pucheros, caricias, miradas , súplicas, protestas o agradecimientos, nunca seremos las mismas. Seremos mucho mejores.
Esa bendita palabra nos recoloca, nos configura de un modo único y maravilloso.

Dos sílabas, como latidos inseparables: Ma –má

Feliz día a todas las hadas madrinas o a las madres aladas...que son, prácticamente, lo mismo.
Un regalito

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