Amores perros





Muchos son los que mantienen una relación de distancia con los animales.  Hasta hace bien poco me contaba entre los miembros de ese nutrido grupo.
La culpa - como suele ocurrir- la tuvo el entorno en el que viví. Nacer y crecer en el centro de una ciudad normalmente equivale a  que la flora que te rodee se reduzca a lo ancho y profundo de una maceta y la fauna pueda contenerse artificialmente en una caja llena de contorneantes gusanos de seda o/y ovillos peludos, francamente repugnantes.

Por desgracia a veces con nuestros hijos los padres proyectamos los propios fracasos. En mi caso la mejora de esta faceta era una asignatura por superar. Los de piso acusamos un complejo inconfesable de ridículo pavor hacia toda criatura irracionalpor más que queramos disimularlo.
Gracias a Dios, su padre es un hombre mucho más acostumbrado al campo  y me resulto fácil atreverme a dar tal salto al vacío.
También tuvo algo que ver en ello la inisistencia  propia de los niños y  el argumento pedagógico de experiemtar con la responsabilidad del cuidado de un ser vivo.

A finales de un ya  lejano mes de agosto nos hicimos cargo de una perrita a la que llamamos “Rubia.”

De las cacas  se ocuparían los niños. En este sentido -y dado el acumulado historial  de "restos" varios que con mis vástagos había recogido-, estaba exenta sine die de tal ocupación.

Cuando llegó a casa me pareció el  cachorro  más tierno y adorable que había visto nunca. 
Los niños, como si de un nuevo miembro familiar se tratara, le prodigaban mimos y caricias a todas horas.

Sin embargo- como ocurre con la llegada del primer hijo- pronto acabó la euforia inicial.  Tras la algarabía, asoman en el horizonte responsabilidades ineludibles- y nada bucólicas-  referidas a tu pequeño que dependen casi exclusivamente de ti .

El punto de inflexión en este sentido se produjo el día de la primera visita al veterinario (¡curiosamente, me tocó a mi!). En su consulta caí  en la cuenta de que los perros requerían de vacunación- tal era mi grado de ingnoracia respecto a las mínimas condiciones de salud e higiene de los canes-. Con llevar al día las de mis 5 hijos me sobraba y bastaba.

Además, dado que el código genético de mi pequeña  no correspondía al mío, se le iba a introducir un chip  por el cual me hacía responsable de ella  hasta la muerte de una de las dos. 
Y lo realmente inesperado fue  oír que, al tratarse de un perro labrador  de  extensa melena dorada, iba a requerir de  cotinuos cuidados  de peluquería canina y desparasitación.
De golpe, comencé a  sentir el peso del  enorme compromiso adquirido. 

La perra crecía  a un ritmo desaforado. Me doblaba en altura y conseguia doblegarme con sólo mirarme. Parecía perdonar mi desconociminento acerca de su especie y mi escasa atención. Era como si me dijera: “Trátame como te parezca . Yo te sigo queriendo, hagas lo que hagas”.

Con el afán de meterme en el papel y no defraudar las espectativas que mis hijos tenían respecto a su madre ( esa valentía que se presupone al educador y le hace ir por delante), visualicé un número indeterminado de programas de “El encantador de perros”
-“Flanco y atar en corto”, “ No lo olvides: Tú eres el jefe de la manada”- eran  consignas que iba interiorizando para no seguir haciendo el ridículo cada vez que "Rubia" me sacaba de paseo. Tarde tras tarde perdía toda posible autoridad por mi descontrolada criatura ante  perros mucho más moderados y dueños completamente seguros en su posición jerárquica.

El día que me oí decir “Rubia, Haz caso a tu madre!, determiné que la situación se me había ido de las manos…..
La perra no merecía el trato que recibía. Para educar  a perros  se requiere  capacitación, dedicación y formación específica. Y la verdad, con 5 hijos en casa , la adiestradora  no daba más de sí.

Para posible escándalo de los  de amantes de los canes, concerté un matrimonio de conveniencia. Era una decisión tomada con la cabeza  y cierto secretismo, es cierto.  Estaba convencida que la vida de mi pequeña iba a ser  mucho mejor.  “Nappy”, un  Golden Retriever  guapísimo esperaba compartir  con ella para siempre una enorme finca a las afueras de Barcelona.

La visitamos con frecuencia pero, por el momento, no  hay nietos. Está claro que en casa no nos gustan las facilonas. Se hace desear, cosa poco común entre las chicas modernas.
Hoy es feliz y come perdices ...


(No me gusta colgar imágenes de los míos en las redes, pero en este caso la historia merece una excepción. Además la foto me la manda mi consuegra... y hay que procurar estar a buenas con la parentela) 










Y esta, como no podría ser otra, es la canción que me inspira el post....

Comentarios

  1. Lo que me he reído Angelita... gracias , gracias. Es que me parto de risa de imaginarte a tí sujetando una correa y un perro...ja,ja,ja no te pega nada.

    Cuando te avise "la parentela" de que ya eres abuela, comunicanoslo haz el favor.

    gracias Angelita, necesitaba risas y me estoy haciendo una buena terapia contigo.

    un abrazo.
    CRISTINA

    ResponderEliminar
  2. Me parece super divertido e ingenioso tu manera de resolver el conflicto canino...te propongo que pruebes con un pez para,quitarte la espinita,un pez de entrada parece mas facil a todos los efectos...de manera que si te ves desbordada por tu Nemo,siempre podras conseguirle una Doris,para que vivan felices y coman placton..si secula seculi,como dira Lola FLores.
    Animo te propongo retos marinos...me pega que te va mas este medio.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares