Cronicas Venusianas

El otro día tuve ocasión de conversar un ratito con mi marido. Desde que leí el libro de John Gray “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”, el mero hecho de lograr hablar pausadamente con un varón lo considero un hito. Para mi aquel libro supuso una especie de revelación personal. Hasta el momento la relación con la otra parte contratante la valoraba como una relación plagada de desencuentros . A partir de entonces me di cuenta de que no era un problema con él, en concreto. El problema está en el género. Nosotras y ellos procedemos de planetas muy lejanos y las intersercciones entre ambos conjuntos se producen no sin sobreponerse a dificultades y escollos múltiples.

Desde que descubrí que ellos necesitan una cueva y nosotras una buena conversación en la que el interlocutor se dedique , fundamentalmente, a asentir a lo que previamente hemos dicho, vivo mucho más relajada.
Ellos en la cueva cavilan y se reponen. Nosotras en la conversación descansamos. En algunas ocasiones ellos salen de su ensimismamiento varonil y nosotras de nuestra verborrea femenina y nos encontramos . Esos momentos son los que merecen ser disfrutados. De esos ratitos procedemos probablemente buena parte de la humanidad. Cuánta fecundidad esconde una charla sosegada con tu socio familiar. Conseguir equilibrar esas tendencias marcianas y venusianas para acercarnos a planetas tan desconocidos para ambos son logros que toda pareja que pretenda mantenerse unida debe vivir de vez en cuando.

Pero no hay que ser ambicioso. La mujer es cíclica y el hombre lineal. El hombre es pragmático y la mujer eminentemente emocional.Además hay días en los que, como bien sabían los hermanos Quintero, hay “ Ganas de reñir”. Otros en que las cosas se tuercen más de la cuenta y estamos muy cansados para sobrellevarlas con la dignidad exigible. En fin que lo de buscarse espacios propios es algo que facilita mucho pasar por alto nuestras diferencias y seguir adelante.

Recuerdo que en los inicios de mi andadura matrimonial tendía a vivir con intensidad desproporcionada esa incomprensión ante cualquier reacción masculina que me parecía poco delicada o atenta. Soy muy llorona, pero llegó un momento en que mi vida parecía más una vida de opereta que una realidad con los altos y bajos propios de toda existencia humana.
Mirando atrás, me río recordando cuáles eran los motivos de mi desdicha. A veces el rimel mal puesto y un comentario bromista acerca de los pegotes en mis pestañas me provocaba un gran sofocón. Otras ,el hecho de que el otro no expresara con las palabras adecuadas lo que necesitaba oir. Si me decía que me quería, resultaba insuficiente. Si no me lo decía, me sentía abandonada. Y si me lo decía demasiadas veces podía resultar empalagoso (eso ha pasado una, dos o tres veces).

 En el fondo, cualquier relación hombre y mujer sufre de estos desequilibrios y tensiones. Nuestros respectivos modos de manifestar el amor son tan distintos que , muchas veces, no lo sabemos reconocer en el otro. Mi partner es un “cocinitas“espectacular. Cúantas veces me ha dicho que me quería con la paellita del domingo …. Y cúantas veces le he dicho yo que le quería colocando bien los almohadones del sofá para que en dos minutos el volviera a ubicarlos donde no corresponde, estéticamente hablando, me refiero. Dos lenguajes que pocas veces comparten términos comunes. Probablemente el único tangible es el lenguaje corporal donde, literalmente, la simbiosis es perfecta. El resto son aproximaciones que nos animan a seguir intentando lo imposible: llegar a entender lo que no somos. Ya sea hombre o mujer . Punto filipino.

Puede que no sean más que estereotipos. Tal vez. Pero cuando tengo que interpretar el sentido de un mapa , realizo una ingente labor de colocación del mismo para comenzar a orientarme un poco y a él le cuesta un buen rato bajar la ventanilla para preguntar a algun viandante el camino a seguir.¡Antes muerto que sencillo! Él difícilmente entiende cómo podemos abundar una y otra vez acerca de un mismo tema y no aburrirnos. De qué hablamos en la peluquería y por qué nuestras llamadas telefónicas son interminables.Nosotras no comprendemos por qué un balón puede despertar los instintos más ocultos en un señor circunspecto o serio. Tampoco la conversación monosilábica y ,casi cifrada, que suelen tener sus intercambios de información telefónica y porqué, cuando van al súper, compran los snacks más atrayentes del mostrador .

Lo que ocurre es que, por contradictorio que resulte, a las mujeres, precisamente, ese ser varón tan extraño nos desconcierta y complementa de tal modo que nos hace mejores, más equilibradas y sobre todo más felices. Y me imagino que a ellos les sucede a la inversa.

Y además , ¿de qué ibamos a hablar con nuestra amigas si no tuviéramos a esos marcianos tan graciosos y necesarios para el equilibrio planetario?.

Comentarios

  1. Gran sabiduria y escrito con mucha gracia. Me ha alegrado la noche de antes del lunes, lo cual es mucho. Espero que mi Santa llegue a alcanzar su conocimiento sobre nuestras (grandes) limitaciones masculinas.

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