Mis adorables vecinos
Cambiar de vivienda ha supuesto un enorme respiro para nuestra familia. Metidos prácticamente en la montaña de Collserola, disfrutamos de las caricias que gratuitamente nos presta la naturaleza y vivimos un poco más tranquilos. Pero es que además hemos tenido la fortuna de mudarnos a una barrio caracterizado por una comunidad de vecinos absolutamente inusual.
Al principio mi talante, de procedencia urbanita y asfáltica, se hacía cruces cuando cualquiera de ellos nos saludaba cortésmente con un buenos días. De hecho, nuestras buenas relaciones comenzaron de la mano de un pastor del pirineo llamado “Duna”. Si es cierta la teoría de que los canes se parecen a sus dueños, la cosa pintaba muy bien.
Esa bola enorme de pelo blando y andares sosegados se arrimaba a su valla cada vez que oteaba en el horizonte a alguno de mis niños. No ladraba, ni se agitaba. Asomaba el morro por la reja lo justo para que sus manitas consiguieran acariciarla un rato. La escena comenzó a ser habitual y un buen día Isidro y Angelita- los dueños – aparecieron por allí. La conversación fue de inmediato amistosa. Les presentamos nuestras cinco mejores credenciales: que la familia de enfrente tenga tantos hijos a veces no es una buena noticia para un vecindario tranquilo como este. Sin embargo, a ellos parecía no importarles.
Isidro sabe de muchas cosas pero lo que más le entretiene es cultivar el huertecillo que tiene frente a su casa. Lo suyo es cultivo para autoabastecimiento familiar sobrado. Nosotros quisimos intentarlo y plantamos uno, sin haber sospesado previamente nuestras limitaciones de espacio y, sobre todo, de conocimientos para lanzarnos al provecho del reino vegetal. Isidro miraba con cariño y cierta condescendencia como nos esmerábamos con las cañas para las tomateras y el seguimiento diario que hacíamos a los tubérculos recién plantados. El resultado se tradujo en un mes de junio comiendo a base de tomates y unos melones minúsculos que parecían pelotas verdes de pin-pong. Eso sí, mi marido decía que el aroma era tan auténtico….
Un buen día Isidro nos regaló una docena de huevos de sus gallinas. La verdad es que una vez fritos, nada tenían que ver con cualquiera de los que hubiéramos tomado hasta aquel momento. De un modo silencioso la idea de hacer un hueco a las gallinas fue tomando cuerpo en la mente de mi partner. Alguna vez ya había amenazado con esa ilusión aviar y yo había desviado a córner como mejor sabía: “Si cariño, ya lo haremos….”. No había tenido en cuenta la fuerza que tiene un tauro empeñado en algo, lo insistente que puede llegar a ser un niño cuando de una mascota o similar se trata ni la complicidad de unos y otro en el asunto .
En fin, en aventura memorable, los varones de mi casa se dirigieron a la cooperativa de la zona y volvieron cargados de 7 gallinas , a las que, animados por mi marido, pusieron nombres de políticos del momento!!. El entusiasmo era general.
Me intentaron convencer del ahorro que iba a suponer en huevos el cuidado de tales bichos; de la planta de reciclaje casera que implicaba alimentarlas de restos y sobrantes no reutilizables. Se comprometieron a hacerse cargo del cuidado y limpieza del zulo destinado al uso. En fin, que yo sólo debía ocuparme de disfrutar de tortillas y revueltos varios.
Las dudas surgieron a medida que el tiempo pasaba y las supuestas ponedoras no hacían nada más que comer y cacarear. Los niños, a la vuelta del colegio rebuscaban entre una masa indescriptible de paja y restos de comida y no encontraban nada de nada.
Nuevamente fue Isidro quien hizo un diagnóstico certero del problema de la puesta. “Os hace falta un gallo”.
Rotundamente me opuse a tal moción y rotundamente fracasé. El propio Isidro apareció con un ejemplar al que llamamos Florencio. A partir de aquel momento nuestro estado de calma habitual se veía alterado por continuos y constante grititos de un gallito envalentonado, con un montón de hembras rodeándole ansiosas.
Y lo del gallo cantando al amanecer, no es más que una estampa bucólica de lo que en realidad no pasa . Sin ningún tipo de orden, ni concierto, el gallo entona sus cantos a toda hora. Se convierte en una realidad insoportable, difícil de resistir en cualquier comunidad, por bien avenida que ésta esté. Eso sí, las gallinas pone que te pone y mis hijos, felices, con sus deliciosos tesoros cada mañana.
Sufríamos incluso intercambio y comunicación entre gallos de la zona. Jaula de grillos o de gallos, diríase.
Menos mal que los hijos de las familias que conviven a nuestra derecha e izquierda practican una afición común: aporrean(espero no se ofendan) la batería. Respecto a la casa situada en la parte trasera, podría tratarse perfectamente de lo que se define como casa fantasma. Jamás he visto la cara de sus pobladores. Sólo conozco el tipo de música que les gusta: una mezcla de música máquina y chill-out que comienza a sónar el viernes a la 1.00 de la madrugada y sigue sin interrupción hasta el domingo a las 18.00 de la tarde. Téngase en cuenta que los altavoces se sitúan ¡necesariamente! en el jardín. No quieres caldo…¡ toma dos tazas!.
Aquella vida alejada del lío de la gran ciudad estaba empezando a convertirse en una vida a desmano de todo, sin disfrutar de la tranquilidad esperada. Presentábamos claros síntomas de lo que se denomina estrés por contaminación acústica .
Pero está claro que ser buen vecino significa eso de hoy por ti mañana por mi. Decidí tomar cartas en el asunto. Debíamos ser los primeros en solucionar la situación. Al fin y al cabo , nosotros éramos los sobrevenidos.!
Prescindiendo de discutir el pormenor con el gabinete de crisis formado por el tándem marido pragmático y mujer al borde del ataque de nervios, me planteé sin miramientos el sacrificio del Florencio.
El más difícil escollo a superar sería el del lógico apego de mis vástagos al animalucho en cuestión. Ignacio, en su infantil inconsciente, pretendía eludir lo inevitable. Insistía en que lo importante es que nacieran pollitos. Está claro que la paternidad no puede forzarse, pero en este caso, ¿cómo podíamos conseguir que la combustión fecunda se produjera?. Intentar razonar con una gallina y un gallo se me antojaba difícil. Pensamos que los efluvios de la primavera ayudarían a que la tarea del apareamiento fuera posible. Les dimos tiempo, una oportunidad de salvar el pellejo.
En mi ignorancia más absoluta respecto a cómo nacen los pollos, desconocía que el alumbramiento se produce tras unos días de empolle del huevo en cuestión. (Esta es una de las carencias educacionales que sufrimos los que hemos sido educados en la gran ciudad, donde toda aproximación al exterior, tiene la medida de una balconera. Pero , ya abordaré en otra ocasión este asunto).
Los días pasaban y los cacareos eran incesantes…..
Fue uno de esos amigos enteradillos que todos tenemos y de los que todo saben , quien me facilitó la respuesta al misterio de cómo se hace un pollo: tal y como ocurre en el resto de cosas, la providencia reparte sus dones como mejor entiende y, por ello, hay gallos no dotados para el encuentro fértil.
Ya no nos hizo falta nada más para estar convencidos de que el sacrificio era imprescindible
Se lo tratamos de explicar a los nuestros y procedimos según el plan previsto
Con determinación me presenté en casa de Isidro y Angelita y les vine a decir que “el que la hace, la paga”. Ellos, como si de una tarea doméstica habitual se tratara, acogieron mi sugerencia sin dilación.
Aquella misma tarde reposaban en un tupper de mi nevera los restos mortales del protagonista de mis desvelos. La verdad es que no lo reconocí. Troceado y sin plumaje no era el mismo. Tuvieron a bien en dejarme un bol, con la sangre extraída de su organismo que, según me contaron después ,frita con cebolla está deliciosa. Hice un esfuerzo por distanciarme de su imagen que, ahora que ya no estaba entre nosotros, se tornaba tierna y familiar. Debía ponerme a cocinarlo cuanto antes para evitar que sentimentalismos inútiles doblegaran mi voluntad .
El bol sangriento fue debidamente devuelto puesto que lo de comernos esa especie de morcilla de ave me parecía “too much for the body”. Mi hijo mayor, goloso hasta la médula, pagó muy caro atracar la nevera e ir picoteando de lo que encontraba en los estantes. Aquella extraña mermelada bermellón tenía un sabor ciertamente extraño. Al enterarse posteriormente de qué se trataba se produjo un saludable efecto disuasorio a la terrible costumbre de aproximarse al frigorífico con demasiada frecuencia y ligereza .
Con arrestos deposité muslos, pechugas incluso la cresta (Angelita me había dicho que era una parte exquisita!!) en una olla para hacer un buen caldo. Sin mirar añadí las verduras correspondientes y dejé hacer a los fogones .
Después mandé a un emisario para invitar a los “padres de la criatura” a cenar un arroz que prometía estar “de muerte”,( No podía estar de otro modo…). Los niños hicieron de camareros . Mi sensibilidad maternal no aprobaba obligarles a pasar por el trago de engullir parte de lo que ellos mismos habían alimentado pero, en cierto modo, no me parecía mal que aprendieran de una manera tan plástica que el hombre es el rey de la creación y ésta está a su servicio para uso y disfrute razonable!!!!
Todo dispuesto para el banquete, brindamos alrededor de una cazuela, mi marido y yo hicimos de tripas corazón y…. ¡Fuimos felices y comimos …Gallo!
La música que me ha acompañado en este post: "Sarandonga"
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