Tú, aquí, sobras
La muerte es una realidad inexorable por la cual todos tenemos que pasar, nos guste o no. No depende de nuestro deseo el hecho de programar el dónde, cómo y cuándo de tal inquietante acontecimiento.
La vida propia es también otra realidad misteriosa; un espacio de tiempo regalado a cada individuo que le configura y,a la vez, le sobrepasa. Y es una realidad tan imponente ( y a la vez impuesta) que no puede estar sujeta al capricho propio o ajeno. Por fatidiosa que le resulte a mi compañera de trabajo mi existencia, no me puede eliminar sin más. O por difícil que suponga soportar las impertinencias de mi hijo preadolescente, no puedo suministrarle pequeñas dosis de arsénico mezcladas entre las montañas de macarrones. Del mismo modo, por costoso y pesado que sea mantener a mi abuelo anciano en la cama, no puedo sedarlo hasta la muerte -sin siquiera inmutarme– convencida, además, de que le hago un favor. Es un hombre con la misma dignidad que la de quien está a su lado "Vivita y coleando"
¿Habéis presenciado alguna vez la entereza de alguna persona que se enfrenta a la muerte mirando de frente? La grandeza de la vida de un hombre se mide sobre todo en estos momentos. Los verdaderos gigantes son aquellos que, siendo minúsculos, afrontan con valentía y empuje las dificultades y obstáculos que se les plantean. También en sus suspiros finales.
Así me gustaría morir así: sufriendo lo justo. Confortada con los cuidados paliativos que la medicina pública - gracias al justo reparto del erario común - me pueda proporcionar. Agotando los últimos segundos de conciencia que se me regalen para preparar bien para el gran salto mortal. Con tiempo para pedir perdón a los que haya ofendido, con la satisfacción de haber tratado de ser lo mejor que haya podido ser y dejándome acompañar por todas aquellas personas que quieran manifestar su amor hacia mi, cuando ya ni siquiera pueda mirarlas con agradecimiento en la despedida definitiva.
Hay quien dice que el paciente, el médico o la familia del moribundo debe poder elegir cuando morir porque su vida ya no es digna de ser vivida.
¿Cuáles son los parámetros para considerar cuando una vida es digna?. ¿Digna es una vida sin sufrimientos, sin soledades, sin angustias económicas, sin limitaciones, sin desgastes, sin sobresaltos, sin claroscuros, sin traiciones, sin dolor? ¿Es esto una vida digna o es una ensoñación infantil de lo que debería ser perfecto? Esto no sería una vida humana, sería más bien una vida de celuloide.
¿Será, entonces, la muerte la que es digna? ¿Cuándo se supone que una muerte es digna? ¿Cuando ésta es precipitada por alguna sustancia letal?
Es únicamente la persona la que proporciona a este "penoso incidente" su dignidad. Nunca las circunstancias en las que ocurren tales acontecimientos. Tanto la vida como la muerte son sólo un principio y un fin. Sin la persona no existen.
Algunos afirman que los que somos contrarios a la eutanasia, disfrutamos con el sufrimiento. No se confundan. Nosotros de lo que disfrutamos es de la fortuna que es vivir, y queremos aprovechar esta existencia hasta el último instante Procuraremos, por todos los medios humanos que tengamos en ese momento a nuestro alcance, evitar cualquier malestar innecesario. También con los que amamos. Y precisamente por este amor que profesamos, les haremos saber que son importantes para nosotros sea cual sea su estado de deterioro físico o mental., Sea cual sea el grado de conciencia en el que se encuentre. Cada una de sus respiraciones son fracciones menudas de tiempo donde nos recordarán que aún están con nosotros. ¿Se puede decir a alguien a quien amas: “Ahora ya sobras aquí”?
Una persona que se siente amada no puede desear la muerte en ninguna circunstancia. He aquí la verdadera responsabilidad hacia los que nos rodean. Esta es la única eutanasia a la que, a veces y, seguramente sin darnos cuenta estamos asistiendo Esta soledad es la verdadera arma que puede empujar hacia el absurdo de la existencia a quien está sufriendo. Y los que asistimos al enfermo somos los únicos culpables de su desgana mortal.
En ocasiones esta sociedad tecnológica, individualista y fría hace que los hombres y las mujeres perdamos una capacidad genuinamente humana: la de compadecernos de otro y acompañarlo en el tránsito más difícil y oscuro: el de la muerte. Un traspaso de alguien que nos recuerda la incómoda verdad de que ya queda menos para el nuestro.
La música que me ha acompañado en este post: "Tu nombre" de Coti y Julieta Venegas
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